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Poder absoluto (1996) por Francisco Rodríguez Criado


CLINT EASTWOOD, DEL PODER ABSOLUTO AL PODER LIMITADO

Cualquiera puede hacerse una idea de lo que es un gran cineasta, y también de lo que es una mala película. Más difícil de entender es por qué estos dos conceptos, aparentemente disímiles, se encaman tan a menudo. (De ahí el objetivo de esta web: denunciar las malas películas al margen de la sangre azul de sus creadores). Mi maledicencia me lleva a veces a pensar que algunas películas mediocres han nacido solo para que sus autores reciban halagos camuflados bajo críticas ásperas como: “Esta película tan floja de no está a la altura del resto de su obra” o “Sin duda una mancha en su valiosa carrera cinematográfica”, etcétera. Un pequeño tirón de orejas, en definitiva, que les recuerde lo magníficos que son cuando no malgastan su talento en obras menores.

Pero dejemos de divagar y entremos en materia. Un título y un autor: El poder absoluto (1997) y Clint Eastwood. El ya veterano actor acababa de bajarse de Los puentes del Madison (1995) y aún no se había subido al oscarizado cuadrilátero de Million Dollar Baby (2004), tras el cual se dedicaría a clavar las banderas de los Estados Unidos de América y la de Japón en Iwo Jima (a bandera por película). Le parecería que hacer buenas películas es algo tedioso y se enfrascó en un proyecto poco recomendable, El poder absoluto, con guión de William Goldman sobre la novela de David Baldacci, autor de bestsellers.

El filme narra las desventuras de un ladrón profesional, Luther Whitney (Clint Eastwood), que entra a robar en casa de un multillonario, Walter Sullivan (E.G. Marhsall), casualmente el mejor amigo del presidente de los Estados Unidos (Gene Hackman). Para entretejer los mimbres del thriller, Eastwood presencia el asesinato de la esposa del citado millonario a manos del equipo de seguridad del Presidente, dos matones trajeados que siguen los dictados de una super–secretaria–para–todo. (Al parecer, entre las obligaciones de este trío entraba no despegarse de su ilustre protegido ni siquiera cuando este se disponía a echar una canita al aire).

Partiendo de estas premisas, Eastwood intenta ofrecer al espectador un filme donde dejar al descubierto las entretelas de tres elementos sospechosamente afectos entre sí que suelen salir invictos ante cualquier fechoría (en este caso un asesinato): el poder, el dinero y la política. En fin, un ejemplo de eso que ha venido a llamarse “intriga presidencial”, género o subgénero que cuenta últimamente con muchos adeptos. La película, que se mueve entre la aventura y la denuncia, naufraga en ambos casos. El papel de Eastwood, mitad ladrón mitad artista, es poco creíble, entre otros motivos porque las necesidades del guión le obligan a realizar una serie de proezas físicas impropias de un señor de su avanzada edad por muy ladrón de guante blanco que sea. A todo esto se añade gratuitamente un hilo argumental paralelo al de la acción, presuntamente intimista, que potencia la condición de padre ausente del personaje principal, una triquiñuela poco sólida concebida más que nada para tocar la fibra sensible de los espectadores más sentimentales.

Tibieza, escenas paternalistas y un estilo a lo Bond donde todo se pone de cara al personaje principal marcan las pautas de esta floja cinta con happy end, justicia poética incluida.

Aunque quisiéramos rebajar la responsabilidad de Eastwood en este filme, no podríamos teniendo cuenta que no es solo el actor principal sino también el director. Por qué voces autorizadas (Javer Rioyo, Carlos Reviriego, Augusto M. Torres y Carlos Boyero entre otros) han apoyado de manera parcial o sin fisuras este bodrio sigue siendo una tarea pendiente de descifrar.

Algunos se han atrevido a llamar genio a Eastwod por la dirección de El poder absoluto. En mi opinión, en caso de ser un genio lo es no gracias a esta película sino a pesar de ella.

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