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Paul Newman (2008) por Francisco Rodríguez Criado

A principios de año recibíamos la noticia de que Paul Newman dejaba el cine. En realidad lo que estaba dejando era la vida. Y qué vida, por cierto. El actor octogenario ha sabido labrarse una biografía que haría las delicias de cualquier hombre con ganas de comerse el mundo. Una biografía, eso sí, con luces y sombras. Ha conocido la insatisfacción laboral y el éxito en el ejercicio de su vocación artística; el amor y el desamor; el matrimonio y el divorcio; el nacimiento de seis hijos y la muerte de uno de ellos; ha grabado algunas de las mejores películas de todos los tiempos y también algunos bodrios infumables. En fin, en él coinciden el yin y el yang. Prueba de ello es que supo abandonar a tiempo su imagen de galán de cine para formar un hogar intachable, libre de escándalos, junto a su segunda esposa, Joanne Woodward, con la que lleva casado cincuenta años, que se dice pronto. Y es que Newman ha resultado ser un hombre de una sola mujer y de muchas salsas.

Filántropo, corredor de carreras, director y productor, dios griego y pobre mortal al mismo tiempo, su estela es irrepetible. Cuando no esté con nosotros, las cadenas de televisión emitirán compulsivamente sus películas: Dos hombres y un destino, El color del dinero, Mujeres culpables, La gata sobre el tejado de zinc, Cortina rasgada, Dulce pájaro de juventud, El golpe, Éxodo, La leyenda del indomable

Paul Newman, mi actor preferido, dice adiós al cine y muy a su pesar dice adiós a la vida. Siempre le recordaré como ese antihéroe a lo Tennessee Williams que alimentó con sus magnéticos ojos azules los estériles sueños de mi adolescencia.

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