Si algo ha aprendido el ser humano a lo largo de sus siglos de existencia y de los muchos errores cometidos (y por cometer) es que en política el sistema democrático es el más justo, equilibrado, legítimo y equitativo. Por eso me aterra cómo todavía, a estas alturas, puede haber personas que le den cierto crédito al palmarés de los festivales de cine.
¿Quiénes son esos señores (7 u 8 como mucho) que tienen en sus manos el poder calificar o premiar una película en cuestión? Más aún cuando algunos de ellos, a veces, no están ni tan siquiera relacionados con el cine (recuerdo a afamados novelistas o personajes públicos que han sido miembros de algunos de los festivales más reputados del mundo). Por si esto no fuera ya un motivo de peso se sabe a ciencia cierta, y confirmado por cineastas que han sido miembros de jurados, que en los festivales no se valoran la calidad de las películas, sino los intereses particulares de cada país, algo terrible si se piensa que los jurados suelen ser muy internacionales.
Tomemos como ejemplo el más famoso festival del mundo, el de Cannes. Hace unos años fue su sexagésimo aniversario e hicieron un especial donde se recordaba a todas las películas que habían ganado la Palma de Oro en todos estos años. Estos especiales nostálgicos suelen traernos a la memoria maravillosas películas del pasado y tocarnos la fibra sensible cinéfila. Pero caramba, gran sorpresa la mía, al comprobar como la inmensa mayoría de los títulos eran, hoy en día, películas que no han superado el paso del tiempo. Salvo algunos honrosos años que premiaron a verdaderas Obras Maestras, el balance global es desastroso, pues el 90% de ellas han caído en el más absoluto olvido, ya que solo fueron innovadores y revolucionarios films que tuvieron mucha repercusión cultural en su época, pero que, con el paso de los años, tanta pretenciosidad e intelectualidad ha hecho que hoy la gente los rehuya como la peste.
Entonces alguien podrá decir, y no le faltará razón: “pues con los Oscars pasa lo mismo”. Pues sí, es posible, pero desde luego me parece mucho más democrático que 5.600 personas de la industria (relacionadas todas ellas directamente con el cine) voten a sus preferidos antes que 7 u 8 intelectuales hagan sus interesadas combinaciones y trapicheos. Además, basta con echar un vistazo a cualquier año de los Oscars (insisto, a cualquier año) y, salvo algunas mínimas excepciones, todas son películas que soportan el paso del tiempo, y la amplía mayoría de ellas son auténticos clásicos intemporales.
Es así de sencillo, el paso del tiempo es el mejor aliado de las películas, y, ay, que mal le suele sentar el transcurrir de dicho tiempo al cine europeo.
Señor Despotricador,veo que está usted absolutamente impregnado de ese inequivoco espíritu USA anti-intelecto. Si se rastrea el cine norteamericano con honrosas excepciones como es natural siempre el personaje minimamente sospechoso de una cierta actitud intelectual queda siempre ridiculizado,puesto en cuestión o directamente responsabilizado de todo lo malo que ocurra en la película.
ResponderEliminarEs una seña de identidad del cine USA. ¿Es eso la democracia?, ¿la demonización sin más de cualquier tipo de minoria? ¿O por el contrario el respeto a las minorias es lo que hace grandes a las democracias?. No olvidemos que los grandes pensadores y los grandes artistas rompedores son los que con sus a veces incomprendidas innovaciones hacen avanzar el cotarro.
Y la cantidad de bodrios premiados en los oscar es por lo menos comparable si no muy superior a los errores cometidos por los jurados europeos. ¿O no?.