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Descubriendo Nunca Jamás (2004) por El Despotricador Cinéfilo


El cine es, sin ningún género de dudas, el arte que más engaña, eso sí, engañando en el buen sentido de la palabra, y de hecho pagamos para que nos engañe lo más convincentemente posible, pues nuestras vidas están necesitadas del efecto ilusorio que transmiten las grandes películas.

Supongo que con el paso de los años, y tras visionar miles y miles de películas, se va desarrollando una especie de instinto que ya no te deja engañar y engatusar tan fácilmente, o por decirlo de otra manera, ya sabemos diferenciar la Obra Maestra de la película académicamente perfecta.

Recuerdo todavía perfectamente el gran revuelo que se formó en los Oscars de 1998 cuando Shakespeare enamorado se llevó el Oscar a la Mejor Película, arrebatándoselo a la gran favorita Salvar al soldado Ryan. Para mí esta decisión fue una coherencia absoluta, pues la película de Spielberg era académicamente perfecta, impecable y magistralmente dirigida (pues el maestro Spielberg cuando atina, sabe hacerlo como nadie), pero carecía de algo básico que si tenía el film de John Madden: un toque de magia.

Por supuesto que los cineastas no son dioses ni magos, son solo seres humanos, puros artesanos, pero cada cierto tiempo (y eso es, en mi opinión, el mayor encanto del cine) surgen Obras Maestras Absolutas tocadas por un halo de magia, gracia e inspiración que las hacen subir de nivel, es decir, pasan de ser una película académicamente perfecta a ser una Obra Maestra inmortal. Y muchas veces, eso no está en manos de los seres humanos que las realizan, sino del puro azar.

Pues bien, Descubriendo Nunca Jamás es el típico film académicamente perfecto, graduado al milímetro para conseguir su efecto en el público y un producto muy loable donde todo funciona como un reloj para arrancar la sensibilidad y la emoción al público: las perfectas interpretaciones de Johnny Depp y la siempre magnífica Kate Winslet, el guión, la música, etcétera. Pero ausente de alma, le falta ese toque de magia y le falta ese polvo de hadas, nunca mejor dicho, que rezuman las grandes películas.

Quizás sea porque que el argumento es solo una vuelta de tuerca a lo ya visto en Shakespeare enamorado, y por tanto no nos sorprende ni emociona tanto como era de esperar; pero no creo que sea ese el principal problema, al fin y al cabo ¿por qué nos siguen fascinando historias cuyos argumentos hemos visto ya miles de veces?, la respuesta es mucho más sencilla: la magia que corra por su celuloide, solo por eso, sencillamente el alma de la magia que las acompaña.

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