Todo aquel que me conoce sabe muy bien que mi admiración por la magistral El padrino II
me ha llevado a pontificar más de una vez que es la Mejor Película de
La Historia del Cine y que el cine jamás podrá dar otra Obra Maestra tan
sublime. Pero no siempre mi opinión fue tan laudatoria sobre ella. La
primera vez que vi esta inmortal obra de Coppola tenía unos 18 años. Me
acuerdo perfectamente que, aprovechando que estaba en Madrid y la
reponían en unos cines, me acerqué ilusionado a verla con muchas
expectativas por la gran fama que tenía (además, al mes siguiente
estrenaban en los cines “El padrino III” y quería estar al tanto de lo
pasaba en la segunda parte). Pues bien, mis expectativas adolescentes se
fueron apagando poco a poco y desilusionándome hasta llegar a pensar
abruptamente: “uff, qué coñazo de película, qué rollazo, con lo
entretenida que es El padrino cómo puede ser tan aburrida ésta”.
Excusa decir, que pocos años después ya en la Universidad, y contagiado
por la fiebre cinéfila que desde siempre ha tenido mi amigo Antonio
Plaza por esta célebre trilogía me animé a verla de nuevo. El
enamoramiento fue...
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