Aclarado este punto no hay que ni decir que en La dama de hierro está tan magnífica e impecable como siempre y ese tercer Oscar que ha ganado era más que merecido. Aquí se acaba todo lo bueno que se puede decir de la película.
Ya en su momento cuando me enteré que Phyllida Lloyd iba a ser la directora (una persona cuyo único supuesto logro fue convertir el divertidísimo, alegre y colorido musical de Mamma mía en una película sosa a rabiar a pesar del gran esfuerzo de sus intérpretes) me eché a temblar. El resultado no puede ser más patético. Cierto que cae en los errores de todos los biopic de intentar condesar y abarcar toda una biografía en una sola película, lo cual casi siempre es imposible (J. Edgar, El aviador, etcétera) , pero si solo fuese eso su mayor defecto sería perdonable. Lamentablemente éste es solo uno de ellos.
La dama de hierro es aburrida (y mira que es difícil hacer aburrida la vida de la carismática Margaret Thatcher, una de las políticas más influyentes e importantes de toda la historia), es insulsa, es ridícula, es sumamente trivial (con lo interesante que hubiese sido un análisis riguroso, detallado y repleto de matices de la figura política y personal de la Thatcher). Pero, sobre todo, es cansina, sumamente cansina.
Cansina es lo que mejor describe esta Dama de hierro porque no hace más que regodearse, una y otra vez de forma agotadora, en su relación con el fantasma de su marido fallecido, así como en la debilidad física y mental que sufre el personaje en su vejez. Lo que cualquier buen director hubiera, con solo dos secuencias, mostrado y aclarado, Lloyd machaca de forma constante una y otra vez, sin cesar, abarcando todo el metraje de la película. Qué desperdicio de historia. Qué desperdicio de posible gran película. Qué gran pena de lo que podría haber sido. En fin, nos consolaremos pensando que por lo menos tenemos a Meryl Streep, que sino…
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Genial crítica. Muy certera.
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