Pues bien, Alex de la Iglesia (el cual tiene en su haber, al menos, una Obra Maestra: El día de la bestia) de El gran carnaval ha copiado solo el argumento, pues del buen hacer y la sutileza wilderiana no ha querido (o no ha podido) aportar nada en esta La chispa de la vida.
En La chispa de la vida todo está rodado digamos a martillazos, con vehemencia, con ferocidad y de una forma descarnadamente directa y vulgar, muy vulgar. Como si se hubiese rodado con muchas prisas y por puro encargo (y no es de extrañar, pues el guión extrañamente no es suyo sino del estadounidense Randy Feldman). Todo está filmado como muy pasado de rosca y de una forma tan exagerada que sinceramente no acabo de comprender el porqué.
Quizás el director ha pensado que debe ser duro, directo, visceral, impactante, asequible y obvio para que todo el mundo capte el mensaje de humanidad que pretende arrojar el film, y vaya que sí lo consigue, pero de una forma tan chabacana que parece urdida por esos miserables programas televisivos a los cuales quiere criticar. Es imperdonable que todo esté tan esquematizado y, algunos personajes, como el de Juanjo Puigcorbe o Fernando Tejero sean tan caricaturescos y paródicos que sea imposible creérselos. En la vida real nunca los buenos son tan buenos y los malos son tan malos, sin fisuras, sin matices, sin sutileza al fin y al cabo. Los trazos del guión están escritos con brochazos y eso resta credibilidad al conjunto final. Ay, es exasperante como se malgasta su talento en un guión que le resulta tan ajeno.
De todos modos, La chispa de la vida aunque esté vulgarmente contada debe visionarse para recapacitar acerca de su terrible mensaje sobre la crisis, el paro, las injusticias, la dignidad y, sobre todo, el afán de sensacionalismo desalmado que nos rodea.
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