Son
tantas y tan peligrosas las amenazas que se ciernen sobre el ser
humano, que ciertos creadores de ficciones llegaron a la conclusión de
que para salvarnos de las garras del mal no valía un héroe cualquiera:
hacía falta un superhéroe. Durante mucho tiempo la victoria del bien
contra el mal estaba garantizada gracias a tipos infalibles como
Superman, Batman o Spiderman. Por mucho que sufriera la civilización, el
superhéroe de turno estaba ahí para asegurar nuestra supervivencia.Era
gratificante, pero en este mundo tan convulso que vivimos parece que ya
no podemos abandonarnos a las películas de superhéroes con inocencia
infantil. Si antes las veíamos para abstraernos de la realidad, ahora
buscamos en ellas una intencionalidad, un trasfondo socio-político que
venga a confirmar o a rechazar nuestros ideales. Es al menos lo que está
ocurriendo con El caballero oscuro, la última película de Batman, en la
que muchos ven no solo un retrato de nuestras sociedades actuales,
gobernadas por políticos ineficaces y mal defendidas por policías
timoratos, sino también una crítica a movimientos contestatarios como el
15 M. Algunos opinan que Christopher Nolan nos estaría avisando de que
el mal no está focalizado solamente en un grupo de malvados que vienen a
destruir nuestra civilización, sino también en aquellos que,
manipulados, colaboran en destruir dicha civilización en el intento de
reformarla.
Tengan
razón o no quienes hacen lecturas tan simbólicas del cine de
superhéroes, me pregunto de qué sirve ver una película de Batman si los
espectadores ya no somos capaces de rescatar al niño que llevamos
dentro.
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