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Caballo de batalla (2011) de Steven Spielberg (por El Despotricador Cinéfilo)

Debo reconocer que este Caballo de batalla me ha quedado desconcertado y que Steven Spielberg (perdón, el Gran Maestro Steven Spielberg, quería decir) ha dirigido una película espléndida que decepcionará mucho a todos aquellos que no sepan (o no puedan) cogerle el tono adecuado.

Aquellos (como yo a priori) esperen al Spielberg más dramático, serio, maduro y hasta cruel de La lista de Schindler o Salvar al soldado Ryan quedarán muy contrariados, no porque no abunden las escenas terribles de guerra (que las hay y todas, absolutamente todas, están espléndidamente rodadas como no podía ser menos) sino por el tono infantil, inocente, fantasioso y sumamente irreal de cómo está contado. Todo en la película es una fábula. Es un cuento infantil. Es una película para todos los públicos rodada con una ingenuidad e inocencia aplastante que desconcierta. Eso sí, una vez que consigues cogerle el tono a este extraordinario Caballo de batalla estamos indiscutiblemente ante una de las más obras más singulares del genio norteamericano.

Quizás el problema de Caballo de batalla es que se ha rodado en el siglo XXI y desgraciadamente nuestros ojos adultos están ya muy contaminados por la miseria, maldad y crueldad que hemos visto. Pero si se hubiese estrenado por ejemplo el mismo año que la célebre Fuego de juventud (1945, Clarence Brown) –Una película con la que tiene muchísimos puntos en común y que curiosamente no he visto ninguna crítica que las relacione- estaríamos hablando de un film con el aroma del añorado cine de antaño. Y es que esta obra de Spielberg destila cine clásico (rancio lo llamarían algunos) por los cuatro costados. Es puro cine. Es puro John Ford. Es un clásico desde ya (y el tiempo me acabará dando la razón).

Por supuestos que a todos, y a mí el primero, nos chirría ese tono de fábula inocente y todos esos personajes intencionadamente simples y unidimensionales repletos de bondad, nobleza, entrega, ideales, humanidad, compasión y buenos sentimientos. O incluso nos irrite hasta ese recurso cinematográfico tan arcaico hoy en día como que todos los personajes por toda la Europa de 1914 hablen el mismo idioma y solo se diferencien por el acento de su correspondiente país. Pero, si hacemos el esfuerzo (y mira que cuesta), de ver la película con ojos de un niño complaciente estaremos contemplando una verdadera ración de cine clásico con imágenes indelebles y un espectáculo maravilloso (con, por si fuera poco, una música radiante y bellísima del Maestro Williams) que, quizás, nos hace sentirnos mejores personas, tal y como conseguían muchos de esos otros clásicos de la historia del cine del siglo XX.

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