INTOCABLE. DONDE HAY VIDA HAY ESPERANZA
En su crónica “El
lado oscuro del Intocable” (ABC,
16-4-2012), Juan Pedro Quiñonero explica desde París el descontento de la
familia aristócrata los Pozzo di Borgo por el modo “novelesco” con el que Intocable ha retratado las relaciones
laborales y de amistad entre Philippe Pozzo di Borgo y Abdel Yasmin Sellou, dos
hombres de diferentes estratos sociales cuyas experiencias han sido narradas en
la que va a ser seguramente la película más taquillera de 2012. ¿Pero qué hay
de oscuro en Intocable? Poca cosa. Realmente
toda la oscuridad que queramos encontrar en este filme proviene de su excesivo brillo,
que –cabe suponer– no será fiel reflejo de la realidad. Pero ¿desde cuándo el
cine ha de ser fiel reflejo de la realidad?
La insigne familia antes
citada se queja, al parecer, de que la película presenta una visión edulcorada
entre Philippe, parapléjico desde los 43 años por culpa de un accidente de
parapente, y Abdel, un argelino inmigrante y ex convicto que es contratado como
su cuidador. ¡Y vaya si lo cuida! Mejor aún: le devuelve las ganas de vivir. Entre
los dos –al menos en la película– se establece una de las relaciones de amistad
más hermosas que hemos visto en mucho tiempo. Si eso no gusta a la familia
porque el día a día de Philippe no es tan divertido ni tan emotivo como la ha
retratado el séptimo arte, tendrán que aguantarse: el cine es por definición un
negocio que pretende vender fantasía a los
muchos, no a los pocos.
Y qué duda cabe: Intocable es una bocanada de buen humor
y de buenos sentimientos que ha hecho –y va a seguir haciendo– las delicias de
millones de espectadores, que abandonan las salas con la agradable sensación de
que todavía, pese a todo, es posible la esperanza.
Hay que reconocer con sana
envidia que los franceses, cuando se ponen a hacer buen cine, tienen poca competencia.
Su búsqueda de guiones redondos es digna de elogio. La multipremiada Intocable, dirigida por Eric Toledano y
Olivier Nakache e interpretada por François Cluzet y Omar Sy, supone una
agradable lección, contagiosamente positiva, sobre la amistad y sobre la
entereza ante la desgracia. Con un ritmo endiablado –el interés de la película
no decae en ningún momento–, Intocable
puede ser –y lo es– una llamada a la esperanza para aquellas personas que
sufren el drama de no valerse por sí mismas, y también para quienes, aun pletóricos
de salud, se conducen peligrosamente por el lado oscuro de la vida. Cierto que
las condiciones del personaje que interpreta François Cluzet (millonario, de
buena cuna, mimado a su pesar por sus
empleados y por sus familiares), no están al alcance de casi nadie. No
obstante, lo que muchos –en un ejercicio de bonhomía– queremos rescatar de la
película no es solo la literalidad de la puesta en escena de los hechos narrados
sino también su mensaje edificante, a saber: tarde o temprano, se abrirá una puerta para ti. Al rico, culto y
distinguido Philippe, amante de la música y de la pintura (y pese a todo frágil
e indefenso como un bebé), se le abre la puerta de las emociones, que creía tan
paralizadas como su castigado cuerpo. Por otra parte, a Abdel se le abre una
puerta no menos satisfactoria: la de sentirse útil y querido en este mundo
hostil, sobre todo para un inmigrante como él que acaba de pasar seis meses en
la cárcel.
Intocable está concebida, de principio a fin, para conmocionar al
espectador. Su mejor baza: su dramática comicidad. O lo que es lo mismo: la
defensa del humor dentro del drama. La película cuida tanto al espectador como
Abdel cuida a Philippe.
Ni quiero ni considero
necesario buscarle el menor reparo a esta película. Muchos estamos en deuda con
ella: por el precio relativamente módico de una entrada, hemos conseguido durante
una hora y media sentirnos mejores personas y olvidar que, en la vida real, esa
cosa fea y peluda que no atiende a razones, el hombre es un lobo para el
hombre.
Una visión
hiperbólicamente positiva de la naturaleza humana es bien recibida de vez en
cuando, sobre todo si se hace con el tacto y el gusto artístico que envuelve la
película de Eric Toledano y Olivier Nakache. Dejarse querer por Intocable es dejarse querer por la vida
misma, un lujo que estamos obligados a permitirnos en estos tiempos de crisis que
tienden a borrar la palabra “esperanza” de nuestros diccionarios vitales.
Francisco Rodríguez Criado
es escritor y corrector de estilo. Mi
querido Dostoievski es
su última novela.
Más críticas de Francisco Rodríguez Criado en:
http://www.eldespotricadorcinefilo.com/francisco-rodriguez-criado.html
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