De vez en cuando, evoco, sobre todo para desconectar del estrés diario de adulto, cómo en mi niñez adoraba con pasión el cine musical, que era por aquel entonces mi género cinematográfico preferido (afición y devoción que he ido perdiendo a lo largo de los años). No recuerdo haber sentido decepción con ninguna película musical, ya fuesen las tontorronas películas de Fred Astaire y Ginger Rogers o los clásicos más indiscutibles, como West side story, Cabaret o Cantando bajo la lluvia.
Por tanto, excusa decir que adoraba a Gene Kelly y al innumerable puñado de Obras Maestras que nos legó su inmenso talento. Ya por aquel entonces, en mi (todavía) ignorancia cinéfila, me encantaban las obras de Stanley Donen y de Vincente Minelli; me regodeaba una y otra vez en esa alegría por vivir que contagian los buenos musicales. Pero, a pesar de esta afición tan ferviente, nunca pude tragar Un americano en París.
Y la explicación es bien sencilla: estamos ante uno de los clásicos más magistrales, dinámicos, entretenidos, divertidos y estimulantes del género, con un Gene Kelly en su mejor momento y una dirección prodigiosa del gran Minnelli. Y, probablemente, sería una de las Obras Maestras más geniales del maravilloso tándem Minelli/Kelly/Freed si no fuera por el soporífero ballet final.
Nunca he cronometrado cuánto dura ese ballet tan surrealista, solo sé que el adjetivo interminable se ajusta como un guante. No sé cómo sus autores no se dieron cuenta de que dicho ballet rompe todo el ritmo de la película provocando el aburrimiento total. Por supuesto que la escenografía, la coreografía y la planificación son magníficas, pero un ballet mudo de más de un cuarto de hora no es permisible en ningún musical, por muy espléndida que sea la música.
El dichoso (y famoso) ballet es solo un alarde de pedantería, pomposidad, narcisismo y suntuosidad, digno de una ópera o un ballet teatral, pero (muy) indigno de una obra cinematográfica. Aunque, en fin, se le perdona, pues es imposible mantener el rencor hacia Gene Kelly por tantos otros momentos gloriosos que nos ha aportado.
 
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