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Sobrellevando el cine europeo, Parte I (2009) por El Despotricador Cinéfilo

Hace poco me enfrasqué en una conversación (por no llamarlo discusión) con mi buen amigo Fran sobre un tema que, contra toda mi voluntad, vuelve recurrentemente en cualquier conversación cinéfila: el cine americano contra el cine europeo. Y, como tantas otras veces, la discusión/conversación no dejó conforme a ninguna de las dos partes: suele ocurrir con opiniones tan opuestas sobre un mismo tema (otro buen ejemplo son las eternas e infértiles discusiones entre los defensores del doblaje y los de la versión original).

Es, sin duda, un tema espinoso, y siempre habrá conflictos entre los que defienden a ultranza el cine americano, una inmensa mayoría (por algo será), y los que sienten especial debilidad por el cine europeo. Después de tantos años de amor cinéfilo hacia cualquier clase de cine, yo estoy convencido, más que nunca, de que el cine americano fue, es y siempre será el mejor cine que se hará en todo el planeta. ¿Quién soy yo para pontificar sobre algo de forma tan tajante?, pues soy alguien que se ha visto probablemente más cine europeo del que muchas personas jamás verán en su vida, y que, por lo tanto, habla con conocimiento de causa.

Por supuesto que existen cientos de joyas y Obras Maestras maravillosas tanto en el cine europeo como en el asiático o el sudamericano, y yo, afortunadamente, me he visto la mayoría de ellas; pero eso no justifica el altísimo porcentaje de cine infumable que suele parirse en dichos países ni cómo los pseudointelectuales más radicales lo defienden, cuando dichos films atentan y violan el mandamiento más sagrado de cualquier película: nunca aburrir.

Tendría que relatar muchísimas, incluso incontables, anécdotas sobre el cine europeo; por ello, hoy, en este primer capítulo de esta serie de artículos solo me centraré en dos anécdotas muy simpáticas que vivimos principalmente mi cinéfilo/informático amigo Antonio Plaza y yo a principios de la década de los 90, cuando éramos dos tiernos cinéfilos de 18 ó 19 años. Fue durante los maravillosos ciclos que programaron las Clavellinas, que tanto aportaron a la cultura cinéfila cacereña de su época.

Me acuerdo perfectamente de que llevábamos cerca de un año viendo cine europeo sin parar, y un buen día, sorprendentemente, pusieron una película americana de los años 40. Se trataba de un policiaco de serie B muy malo, del que solo recuerdo que se bebía mucho café; pero la reacción fue unánime: a pesar de ser un film cutre de serie B, todos salimos encantados del cine, comentando eufóricamente la película, recordando escenas, habiéndola asimilado y, sobre todo, habiéndola disfrutado. Es decir, era cine y no arte europeo solo apto para determinados y selectivos paladares.

Otra divertida (aunque patética) anécdota es la que sucedió en cierta ocasión, cuando invitaron al mismísimo director de la película belga que proyectaban, y se sentó justo a nuestro lado en la primera fila. Dicho film belga era tan soporíferamente aburrido que a lo largo del metraje la gente fue huyendo de la sala en total desbandada, de escándalo. ¿Quién quedó en la sala? Pues solo los que estábamos en la primera fila, que, por vergüenza, al tener al director al lado, no nos movimos.

Conclusión: ¿Hay cine europeo fantástico y genial con algunas Obras Maestras muy superiores a las del americano? Pues claro que sí, cientos de ellas, pero es un porcentaje tan mínimo que apenas destaca entre la morralla sobrevalorada que nos suele llegar.

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