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La cinta blanca (2009) por Aurea García Fernández


Un coro de niños dirigidos por su maestro en una apacible aldea alemana, luterana por más señas, y prácticamente propiedad de un aristócrata en las vísperas de La Gran Guerra va a desencadenar una serie de extraños sucesos nunca esclarecidos. El director ha declarado que si un ideal o un principio es considerado como algo absoluto, sea éste político o religioso acabará convirtiéndose en inhumano y llevará derechito al terrorísmo. ¡Qué gran verdad!. Así pues el meollo de la peli apunta al sentido de culpabilidad inculcado machaconamente desde la más tierna infancia y su secuela inevitable la violencia gratuita. Leía unas páginas de Stephan Zweig en las que se quejaba amargamente del sistema educativo que tuvo que sufrir en su adolescencia vienesa más o menos por las fechas en que se sitúa la película quizás un poquito antes. Un sistema desfasado, mediocre, que no aportaba nada a los alumnos salvo terror pues los castigos tanto físicos como psicológicos eran aplicados con una crueldad meticulosa y salvaje. Y ya se sabe: los niños repiten lo que ven.

Porque de eso se trata precisamente de introducir como el que no quiere la cosa una fuerza maligna sin justificación ni motivación alguna en un ambiente aparentemente confortable e idílico y eso...la verdad, desazona mucho. Porque la violencia no se nos muestra de forma explicita sino, así, como si nada, no visible, sugerida y eso...la verdad también desazona lo suyo. Como desazona y hasta te cabrea un poquito otra marca de la casa que es el plantear cuestiones de orden social (relaciones del barón con sus siervos, etc.), o de orden personal (padres con hijos, esposas con esposos, amantes entre sí, etcétera) o incluso de orden histórico o cultural que luego,!hala!,apáñatelas como puedas porque respuestas ni una que así luego se oye por ahí lo que se oye: que si parábola del nazismo, que si fulanito tal o cual, que no hombre que no, que lo que ocurre es que...pero no te fijaste cuando... ¿y la comadrona, qué me dices?. En fin, si es para que la gente hable de tu película, para que conjeture y hasta para que se organicen "cine-forum" parroquiales como el de "Cuéntame..." pues muy bien, oye, hablando se entiende la gente ¿verdad?,pero que como se repite por doquier estemos ante una "obra maestra",un poquito de "por favor" o sea de contención que "obra maestra" son palabras mayores y en mi modesta opinión no aplicables al caso que nos ocupa aunque casi todos estemos de acuerdo en que es una bue na película pero ya vale ¿no?.

Lo que de verdad te subyuga es ese blanco y negro tan deslumbrante, tan bello, tan pictórico que debemos a la maestría del fotógrafo Christian Berger como también el montaje de Monika Billi lleno de aciertos yo diría que impecable, así las magníficas interpretaciones de ese reparto coral en el que todos brillan especialmente esos "inocentes" e "inquietantes" niños salidos de un "casting" de más de siete mil criaturitas, se ve que les costó trabajo pero ciertamente dieron en el clavo.

Hablemos ahora de la dirección que seguramente no defraudará a sus "fans" pues como siempre en Haneke va tejiendo meticulosamente con precisión de relojero ese tapiz, por momentos siniestro, de perversiones y maldades bajo apariencia de absoluta normalidad que es precisamente lo que provoca en el espectador ese desasosiego que a fuerza de ser tan reiterativo acaba produciendo aburrimiento cosa que al parecer (según declaraciones al respecto) a Haneke no le importa un pimiento: pues mire usted que bien.

Y es que a eso iba: no hay en la peli esa emoción, ese temblor, ese deslumbramiento que suscitan de inmediato las "obras maestras". El señor Haneke es un buen director pero de momento aquí no ha hecho nada que no hubieran hecho ya, tiempo ha, el maestro Dreyer y su discípulo Bergman así como Bertold Brecht y hasta Antonioni (a la manera mediterránea, claro) o sea otra vuelta de tuerca, aunque sí es cierto introduce aquello más de su generación de la deconstrucción de las estructuras narrativas tradicionales y tal.

No quiero acabar sin hacer referencia a una de las escenas más insoportablemente dura y violenta que yo haya visto nunca en la pantalla. El crítico de "El País" ,el señor Boyero, utiliza al referirse a ella la única palabra posible "vomitar" porque eso es lo que hace el personaje (el dichoso médico) "vomitar" las palabras más injustas, crueles, deleznables, hirientes, despiadadas y todos los adjetivos del campo semántico de lo más abyecto y ruin del ser ¿humano? que se quieran añadir. Una violencia verbal espeluznante. Ay, señor Haneke, como es usted, caramba, de verdad,¿hacía falta tanto?. Con todos nuestros defectos que son muchos, lo siento, me quedo con lo mediterráneo, con perdón.

2 comentarios:

  1. Aurea manifiesta una admiración evidente por lo mediterráneo, y lo contrapone a lo nórdico en su comentario a la "cinta"que nos ocupa. Así, esta obra con ecos de Dreyer y Bergman, quedaría como quintaesencia de las pulsiones abominables de seres humanos a qienes la represión oscurantista y de hipocresía lacerante fruto de una educación autoritaria y códigos morales rigoristas empujaría a hechos violentos, soterrados.

    Criaturas atormentadas que vomitan sus frustraciones contra sus semejantes y próximos.
    ¿Hemos de deducir que esa atmósfera maligna de insoportable densidad en su engañosa blancura (bellísima fotografía), esa tela de araña viscosa que atrapa a los habitantes del pueblo luterano, sería impensable en un pueblo mediterráneo, lleno de luz, y por ende liberado de intrigas y violencia?

    Yo creo que podrían hallarse comportamientos parecidos en pueblos de España u otros lugares del Sur, de los que el cine ha dado cuenta también. Podemos recordar la "atmósfera" que se respiraba en los pueblos de nuestro país en la posguerra, cuando la opresiva disciplina católica impreganaba las costumbres con férreo rigor: sometimiento de mujeres a sus esposos, hijos a autoritarios padres, todos a obligados ritos comunitarios religiosos, fiestas de ciclos agrícolas, etc.... Y estallaban los mismos hechos que relata Haneke: el hombre derrotado por el oprobio insoportable que se ahorca (Se ha cologado, oía yo en mi pueblo), el que quema el pajar del aborrecido vecino, el que destruye la cosecha del odiado rival, y la saña con que los chicos atormentaban a los tullidos o "santos inocentes" del lugar, la inquina envidiosa al niño rico al que tienden trampas para que se lastime, el sexo culpable e insidioso en su imposible abolición...

    Demasiado reconocible y no tan lejano como los años 13 de la pasada centuria. En fin, me pareció admirable la película. Se muestra implacable Haneke con los personales, con su cámara-escalpelo hurga en sus heridas, insinuando la podredumbre a veces, o bien haciendo estallar la purulencia con fría crueldad (espeluznante la escena en la que el ominoso y ululante sonido de una flauta niega y confiesa desafiante una inicua acción infantil).

    Destacaría la marca de la casa en su planificación meticulosa ,de ritmo pausado detenida en los torturados personajes (no tan insoportablemente largos como en "La pianista"), y los interrogantes de intriga que acompañan al metraje manteniendo suspendido el interés hasta el final.

    Otra consideración, esta amable, en una cinta tan opresiva: la personalidad del maestro. En un sistema educativo tan autoritario este personaje lleno de bonhomía, íntegro (me recuerda incluso físicamente el inmenso Charles Laughton de "Esta tierra es mía" en su papel de maestro demócrata), sereno, como el hilo conductor de la indagación dolorosa sobre la culpabilidad de sus alumnos. Es el narrador, el que da cuenta de los hechos, el portador de la luz de la memoria, símbolo blanco entre tanta blancura tenebrosa.

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  2. Aurea García Fernández27 de febrero de 2011, 13:35

    Gracias por el comentari0. Sí, en efecto también el horror se da en el soleado ´Mediterráneo pero si pienso por ejemplo en "Los Santos Inocentes" no deja de conmoverme esa madre que abraza y acoge a esa niñita tullida con auténtico amor o el propio tio(Rabal) con la ternura y el cariño que le habla. Me refería a eso a la expresión de los afectos que está ausente en las relaciones nórdicas y luteranas que nos presenta Haneke.

    Y sí,claro,el personaje que interpreta Rabal se carga al señorito pero el espectador percibe "que hay motivos" mientras que en el universo hanekiano la violencia se nos aparece como gratuita y en ningún momento se ve un gesto cálido en las relaciones sobre todo paternofiliales. Gracias de nuevo.

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