Nada más terminar de ver esta película hay elementos que negativamente llaman poderosamente la atención, y puedo llegar a entender que en su día fuese un éxito comercial y de crítica, y que probablemente sea uno de los grandes clásicos del cine canadiense. Pero vista hoy en día (más de 20 años de su estreno) es como volver a ver un episodio de El equipo A, y recordar avergonzado que hay ciertas series y películas que deberían haberse quedado estancadas en los años 80 y no haber llegado nunca a nuestros días.
Porque el tiempo ha tratado mal (terriblemente mal) a esta película, porque nada más verla no hay que ser muy astuto (ni tampoco un erudito cinéfilo) para darse cuenta de sus múltiples defectos. Pero para ser benévolo nombraré solo tres que son los que más chirrían: primero, es un film vergonzosamente pretencioso, segundo, está pasado (pero que muy pasado) de moda todo lo que en él se trata (y como se trata), y tercero, solo decir que la sombra de Woody Allen es muy alargada (pero que mucho).
A mi particularmente no me molestan las películas pretenciosas (siempre y cuando aporten algo más que esa pretenciosidad), pero el tufillo intelectualoide que derrochan los [excesivos] diálogos, los temas que redundantemente tratan una y otra vez (sumamente manidos ya a estas alturas y francamente aburridos hoy en día), y sobre todo el plagio descarado de la obra y el estilo de Woody Allen (especialmente de La comedia sexual de una noche de Verano) hacen de la película un sopor sin interés.
Eso sí, insisto, entiendo perfectamente que el año 1.986 tuviese su prestigio y su éxito, pero vista hoy en día pocos films se han quedado tan anticuados y obsoletos. Es lo malo de dejarse llevar por las modas del momento, y más aún por modas pseudointelectuales tan hijas de su tiempo, pueriles, insustanciales y banales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario